Hace más de unos cien días
que marchaba solo en las noches
como el ginete sin cabeza
o un murciélago sin alas,
viviendo cosas muy raras
sin mucha cerbeza
y sin frutillas de broche.
Pero desde la otra madrugada
cuando despertamos a pie
bajo un cielo de pastel
y con el cansancio a cuestas
fue que me di cuenta
que somos más grandes que ayer
y el pensar hace bien.
Como un viejo jóven
o un humano sin el abrigo
que le brindan sus cercanos
cuando la noche se enfría,
es que he pensado mi vida
con mis mismas manos
pero esta vez contigo.
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