En el silencio de la lujuria
se alhojan los deseos del los sueños,
en esas miradas repentinas,
en esas caricas disparejas,
se asilan en el color rojo
que viste y desviste
a la reluciente pintura,
a los trazos excelsos
que solo son dignos de formar
la silueta de una mujer.
La fama de la noche
y su eminente soledad
hacen reverdecer
los prados tristes y cansados
de la rutinara rutina del estrés,
pues es ella (la noche)
quien propicia de mejor manera
el momento en que los deseos
se vuelven, sin problemas,
realidad.
El color rojo
tiene mi apollo
si se trata de pintar con él
la tez morena
de mi mujer.
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