Las costumbres son
el corazón latente de las sociedades,
el mágico lazo que los hace a todos uno;
los acostumbrados en cambio son
el devenir muerto de la vida,
la maldita costumbre de sentirse un erudito.
Las costumbres son
la razón impune de no cambiar,
la fortaleza de las murallas ancestrales:
los acostumbrados en cambio son
la pésima agonía de lo estable,
el holgazan que se sirve de descanzar.
Las costumbres son
la ilusión de sentirse parte con la vida,
el festejo solemne de lo propio;
los acostumbrados en cambio son
la mezquindad de escaparse de lo solidario,
la brutal decepción del amor.
Es así que acostumbrarse a la vida
es darle la espalda al mar de gentes
que trancitan un mismo camino,
en cambio, dar riendas sueltas a las costumbres,
es resaltar entre las rosas que conforman el rosedal.
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